Sitúo el pensamiento en cada uno de mis nietos, ellos
son como una cajita de sorpresa que se abre con sólo echarles un vistazo. Esos
pequeños bajitos, pero grande de corazón y ternura que alegran mi vida cada día cuando estoy cerca de ellos. Cuando
los tengo en mis brazos y los puedo besar y acariciar el cabello suave de su
dorado pelo, es como tener la juventud eterna, esa juventud que se escapó un día, sin ni
siquiera darme cuenta.
Ellos son: inquietos, simpáticos,
alegres, distraídos, cariñosos, mimosos, tiernos… Una pregunta muy común, ¿A quién
se quiere más a los hijos o a los nietos? Esa pregunta no se puede responder, nos
hace poner nuestro amor en una balanza, que se quedaría estática sin saber para donde inclinarse. No sabría
qué contestar. Pero no, ellos son una continuación de nuestros hijos, vida de
nuestra vida. Pienso: que no hay en el mundo un amor más grande y desinteresado
que el amor que siente una madre por sus hijos.
Si algún día me convierto en frió mármol, me
volveré polvo suave y brisa fresca para seguir acariciando a esas pequeñas
criaturas a las que tanto amo...